Pablo Stefanoni / paginasiete.bo Se trata de una discusión que por diferentes razones no pudo llevarse adelante en la Asamblea Constituyente, un lugar oportuno para ella. Allí funcionaron algunas alianzas religiosas transversales a las bancadas (por ejemplo entre evangélicos) que frenaron cualquier avance en las leyes sobre derechos de la mujer y salud reproductiva. El hecho de que ahora cuatro ministros y ministras hayan tomado posición en pro de la legalización, más allá de un acto de valentía personal, muestra que se ha abierto un espacio para el intercambio de opiniones. Espacio que hay que batallar para que siga abierto. Sin duda, para discutir este tema sería bueno despojarnos de toda hipocresía sensiblera y partir de una constatación evidente: en Bolivia, pese a las prohibiciones, quien quiere abortar aborta. Paga y punto. Eso sí, con la ilegalización muchas mujeres se arriesgan a pasar por abortos inseguros en los que ponen en peligro su vida. Por otro lado, no debemos olvidar, que la presidenta del Senado, Gabriela Montaño, debió hacer grandes esfuerzos para que varios parlamentarios del MAS –¡y parlamentarias!- votaran la ley contra la violencia de género. Como se sabe, el acoso sexual es una práctica muy extendida en el país y por razones obvias, del acoso al embarazo no deseado a veces hay un trecho muy corto, con pocas consecuencias para el acosador y muchas para la acosada. Las denuncias “nacionalistas” del arzobispo de Santa Cruz Pedro Gualberti -la legalización sería impulsada por el Imperio- recuerdan a los argumentos homofóbicos de los grupos antigays africanos, que asocian el matrimonio igualitario a la decadencia de las metrópolis europeas. El clérigo reaccionó contra una supuesta política imperialista de control de la natalidad en los países en vías de desarrollo. Curioso argumento. Algo así pensaba el tiránico matrimonio Ceaucescu, que penalizó severamente el aborto en Rumania -al tiempo que controlaba policialmente a las mujeres en las fábricas- para evitar la caída en la tasa de natalidad, que ponía en riesgo sus ridículas pretensiones de nacionalismo demográfico gran-rumano. Está bien que el censo mostró que la población boliviana no crece mucho, pero si es por demografía bastaría con generar incentivos para que la gente no migre o retorne al país. El del arzobispo es un “anticolonialismo” falso y reaccionario, utilizado cada vez que se discuten los derechos reproductivos o de las llamadas minorías sexuales y de género. Por otro lado, incluso estas opciones morales no dejan de ser históricas. En un libro recientemente reeditado (Entre el crimen y el derecho), de la filósofa argentina Laura Klein podemos descubrir que la Iglesia no defendió la “vida desde la concepción” hasta 1869. De hecho, consideraba hereje a quien supusiera que el feto cobra alma antes de los tres meses en los varones y del mes y medio en las mujeres. “Fornicar y matar: dos verbos que acompañan toda la historia del aborto -dice Klein-. La Iglesia dice que siempre prohibió el aborto. Tiene razón. Pero no lo prohibió en consideración a la vida embrionaria sino como pecado sexual”. Las miradas de Klein son provocadoras y no eluden que el aborto genere violencia. Para frenar el debate suele argumentarse que Bolivia no está preparada para enfrentarlo. En Argentina se decía lo mismo de la ley del matrimonio igualitario. Ya hay miles de parejas casadas, que incluso han adoptado niños, y no pasó nada. Simplemente, lo que antes parecía imposible hoy es parte de la “normalidad”; y lo que algunos días fue tapa de periódico (los casamientos entre personas del mismo sexo) ya no concitan la atención pública. Salvo que consideremos como Ahmadinejad “que en Irán no tenemos ese problema” (los gays) se trata de hacerle más fácil la vida a las personas sin hacer menos felices al resto. Como dijo la presidenta Cristina Kirchner al ratificar la ley de matrimonio igualitario: “yo hoy me levanté con los mismos derechos, y muchas personas hoy tienen derechos que ayer no tenían”. Lo mismo vale con la ley que permite el cambio de género en el documento por decisión propia, sin médicos, jueces ni nada más que la propia voluntad’ y para quienes creen que eso provocó que masas de personas fueran al registro civil a cambiar su género… eso no ocurrió. Sólo fueron, obviamente, quienes no están a gusto con el que tienen en su carnet. La sociedad (hasta ahora) no se disolvió. Eso sí, el derecho al aborto sigue siendo tabú. El debate está abierto ahora en Bolivia. Ojalá no se cierre por presiones de las iglesias o por cálculos electorales. |